martes, 21 de mayo de 2013

Carta de una prostituta Nina Perez, a las feministas abolicionistas de la prostitución

 Por Nina Perez
Capítulo 1: Queridas  feministas, os amo odio amo. 
Sé que podemos aprender unas de otras, pero necesitáis dejarme hablar y necesitáis escuchar. Yo quiero ser parte de vuestra hermandad, pero no me dejáis. Desde ese momento, soy una feminista desplazada, desilusionada,  porque os negáis a dejar de odiarme. Como las demás feministas, yo lucho por la igualdad, el estatus social, el respeto, la libertad de elección y el derecho a decidir sobre mi propio cuerpo. Es parte de mi libertad elegir el trabajo sexual, y por eso soy odiada. Muchas asumen que el trabajo sexual y el feminismo son contradictorios, pero el feminismo me ha proporcionado la libertad para ser trabajadora sexual y el trabajo sexual me ha ayudado a abrazar el feminismo. No voy a renunciar al feminismo y no voy a renunciar tampoco al trabajo sexual. Voy a explicar cómo y por qué las feministas pueden ser auténticas aliadas de las trabajadoras sexuales.

Capítulo 2: Una relación de amor ideológica que salió mal.

Mi relación amorosa con el feminismo comenzó hace unos pocos años. Me sentí instantáneamente arrastrada hacia el feminismo por la más obvia de las razones: soy una mujer que quería encontrar un lugar donde pudiera sentirme suficientemente segura para hablar abiertamente de mis experiencias. Soy una mujer de color que ha pasado la mayor parte de su vida por debajo de la línea de pobreza, soy madre soltera, soy víctima de violación y fui sometida a abusos de niña. Soy la mujer tipo a quien se supone que representa el feminismo. El feminismo es el movimiento que consiguió derechos para mujeres como yo. El feminismo ha luchado por el derecho de las mujeres a ser parte del proceso político, ser parte de su lugar de trabajo y tener autonomía personal. El feminismo ha dado a las mujeres el derecho a tomar sus propias decisiones y controlar sus cuerpos. Yo necesito esos derechos y necesito el feminismo. Así que me hice feminista. Fui a mítines, leí blogs y fui a las protestas. De repente me converti en integrante de la hermandad, y por primera vez en mi vida pude hablar abiertamente del asalto sexual que me había dejado con pesadillas, ataques de pánico y un embarazo no deseado. Yo había contado esas cosas antes, pero nunca sin ser juzgada o culpada. Fue la primera vez que comprendí de verdad lo que significaba la solidaridad, y fue la primera vez que creí de verdad que podría ser aceptada por un grupo que no me juzgaría en base a mi nivel de ingresos o mi color de piel o me culparía de los abusos que había sufrido. Fui parte de la hermandad y sentí que pertenecía a ella. Me volví una activista, hice amigas. Y luego cometí el error de revelar en un círculo feminista que era trabajadora sexual . Mi violación y lo que siguió fueron de hecho menos dolorosos. No tenía ni idea de que había echado sangre al tanque de los tiburones. Fui ridiculizada, avergonzada e insultada. Y lo peor de todo, me dijeron que necesitaba sufrir aquel ridículo por mi propio bien. Me dijeron que necesitaba entender que me estaba haciendo daño a mí misma al permitir que los hombres pagaran por violarme. Yo era una víctima, pero demasiado estúpida para saberlo. Yo era una traidora a todas las mujeres y estaba alimentando el patriarcado (el peor de los insultos). La expulsión de la hermandad era una penitencia que se suponía que yo debía soportar en silencio hasta que cambiara mis desviaciones.
Pero eso no está en mi naturaleza. No estoy callada, no estoy avergonzada y creo en decidir por mí misma.
Capítulo 3: Me traen sin cuidado vuestras morales, o lo que es lo mismo, no necesito justificar mi vida sexual.

Dejad que os diga unas cuantas cosas de lo que deberíais saber de mi trabajo. Sexo pagado es exactamente eso: sexo pagado. No es violación, y como superviviente de una violación, no me convenceréis nunca de otra cosa. Sé el aspecto que tiene una violación, cómo huele y cómo se la siente, mientras se está produciendo y después de haberse producido. Durante la violación, recuerdo que intentaba acurrucarme en posición fetal mientras rezaba pidiendo seguir viviendo para ver a mi hijo al día siguiente. Recuerdo dar gracias de tener un tatuaje especial que permitiría a mi madre, si me encontraban en una zanja, identificar mi cuerpo. Por el contrario, nunca he tenido una pesadilla con un cliente. He tenido orgasmos, grandes conversaciones, y hermosas cenas con mis clientes. He recibido regalos de cumpleaños y zapatos nuevos y buenas propinas. Nunca he sido amenazada, violada, golpeada o sometida a abusos por un cliente. Cualquier insinuación de que no existe diferencia entre el sexo por el que me pagan y las violaciones que he sufrido es jodidamente insultante. Es insultante porque mi palabra es despreciada. El feminismo intenta dar voz a mujeres como yo, no silenciar mi voz (como si yo pudiera ser silenciada). Las trabajadoras sexuales son pintadas como víctimas forzadas, pero tenemos que darnos cuenta de que la trata de seres humanos no es lo mismo que el trabajo sexual. Las trabajadoras sexuales no son víctimas que necesiten ser salvadas. La única ocasión en la que el trabajo sexual consensuado se convierte en un problema es cuando existe una suposición subyacente de que el sexo en sí mismo es misógino, antifeminista o anti-mujeres.
Capítulo 4: autonomía, vaginal y de la otra. Conseguir un poco.

El feminismo ha proclamado desde hace mucho que los cuerpos o la sexualidad de las mujeres no pertenecen a ningún otro, que las mujeres deben tomar sus decisiones, ejercer sus libertades y seguir su propio camino en la vida. Si las feministas (o cualquier otra persona) niegan mi autonomía o intentan impedir que sea dueña de mi sexualidad, me están avergonzando. Y para ser clara: avergonzar a una trabajadora sexual no es ideológicamente diferente que avergonzar a las mujeres llamándolas putas por ser violadas, llevar minifaldas, practicar sexo o hacer control de natalidad. Es tarea del actual sistema patriarcal avergonzar a las mujeres que detentan su propia sexualidad, no del feminismo. Sugerir que el trabajo sexual daña a todas las mujeres es también problemático. Ya que los violadores culpan de las violaciones a las faldas cortas y a las chicas bebidas, ¿deberían las mujeres dejar de beber y de llevar faldas cortas para no ser violadas? No, ya que la única causa de la violación es el violador. Y porque estamos en 2013 y las mujeres, como clase, no necesitamos una jodida negociación con terroristas, o con cualquiera que defienda que sólo pueden estar seguras mientras obedezcan normas arcaicas. Todos sabemos que se defiende que la modestia previene la violación, pero también sabemos que la modestia no ha salvado a nuestras hermanas con burkas. Afirmar que no merecemos seguridad por la forma como vestimos es una táctica terrorista que pretende crear obediencia. Y de la misma forma, cualquier persona que diga que tiene derecho a abusar de las mujeres porque el trabajo sexual promueve una visión negativa de las mujeres es un condenado terrorista, y mi autonomía vaginal se niega a ser silenciada por terroristas. Las mujeres que sufren abuso lo sufren porque tienen la desgracia de estar cerca de un abusador. Yo soy dueña de mi cuerpo y de mi sexualidad y no me voy a pedir disculpas por ello. Pero tampoco pediré disculpas por las conductas abusivas de otros.
Capítulo 5: la voz de una mujer en el negocio de la prostitución, o lo que es lo mismo, trabajo sexual es trabajo.
Muchas feministas asumen que las trabajadoras sexuales no pueden ser parte de la causa feminista, pero en realidad el trabajo sexual es un excelente ejemplo de feminismo. El trabajo sexual es la máxima acentuación de la idea de que las mujeres pueden competir con los hombres de igual a igual en el trabajo. La libertad que proporciona el trabajo sexual es absolutamente feminista en su naturaleza. El trabajo sexual es trabajo, y es una de las pocas ocupaciones en las que una mujer tiene auténticamente autonomía personal, posee su propia sexualidad, su cuerpo, fija sus propias condiciones, negocia sus propios precios, toma sus propias decisiones y tiene una libertad que no tendría en ningún otro escenario. A pesar de los avances logrados por el feminismo, las mujeres todavía se muestras remisas a “actuar como hombres” en el trabajo. Las mujeres no se atreven a negociar subidas de sueldo o hacer que se reconozca su esfuerzo. Muchas mujeres temen que si actúan como hacen los hombres serán avergonzadas por no ser recatadas o suficientemente femeninas. El trabajo sexual, sin embargo, es uno de los pocos lugares en los que no sólo puedo “actuar como un hombre”, sino que cuando lo hago mi trabajo y mi salario mejoran.

Capítulo 6: hagamos las paces.
Hasta que me aparté, no me di cuenta de que el feminismo se negaba a escuchar a las trabajadoras sexuales. Lo que el feminismo no entiende es que esta traición y este silenciamiento ha hecho daño a todas las personas que luchan por la igualdad. El feminismo ha empezado creando igualdad para las mujeres, pero la lucha no ha terminado todavía. Las mujeres todavía tienen que recibir el estatus social que merecen, y si queremos ver la auténtica medida por la que son valoradas las mujeres, sólo necesitamos mirar a las trabajadoras sexuales. Ellas están entre los grupos de mujeres más marginados. Las trabajadoras sexuales son rehuídas por la sociedad, por los grupos políticos; su imagen social está distorsionada y ahora han sido traicionadas por las feministas que les niegan la palabra. Las trabajadoras sexuales son de un valor inestimable para el feminismo y las feministas tienen el deber de escuchar a estas mujeres, de dejar de juzgarlas. Dejad de hablar. Empezad a escuchar, por las trabajadoras sexuales, por las mujeres y por el futuro del feminismo y de la igualdad.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.