lunes, 11 de noviembre de 2013

La prostitución y la crisis: Las prostitutas cobran la mitad que hace dos años por la crisis

 La crisis afecta en todos los ámbitos ecónomicos de una manera u otra. En la prostitución sobretodo, desde hace dos/tres años, la demanda ha caido en picado en todas las modalidades y en todas las horquillas de precios. En Valladolid:


http://www.elnortedecastilla.es/20131110/local/valladolid/prostitutas-cobran-mitad-hace-201311101317.html

Hasta hace dos años ejercer la prostitución callejera era una actividad económicamente rentable en Valladolid. Así lo admiten sus protagonistas y lo confirman las asociaciones que se mueven en su entorno, como ACLAD. Es cierto que el dinero no llegaba caído del cielo. Había que estar dispuesta a tragarse unos cuantos sapos para conseguirlo. Pero se podía vivir bastante bien. Especialmente en una ciudad como Valladolid, donde las mafias no tienen ni la presencia ni el poder de los que hacen gala en Madrid. Aquí el dinero llegaba bastante limpio a su bolsillo. Incluso daba para mandar a la familia, a Rumanía o a Nigeria, los dos países de los que mayoritariamente proceden.
El panorama ahora es radicalmente distinto. «Ahora solo da para vivir y para pagarte los gastos, pero ya no llega para enviar dinero», admite Nicole, una joven rumana menuda, de ojos hermosos y mirada pícara, que a veces parece una niña inocente, y otras, una superviviente de la vida. Nicole vive con otras cinco rumanas en un mismo piso. Todas buscan sus clientes en la calle. Y están solas. Sin hombres. No se les conocen chulos, ni vinculación con mafias, aunque los extraños vínculos familiares que unen a algunas chicas no son fáciles de entender. En total, una veintena de prostitutas se citan cada día con el destino en la carretera de Renedo.
Una veintena de las cerca de 300 que ACLAD estima que se dedican a este oficio en Valladolid. La mayoría en clubes de alterne o en pisos. Entre 30 y 40 están todavía operativos en Valladolid. En algunos casos en ellos trabajan solo dos chicas; en otros, pueden concentrarse cinco o seis. Casi todas sufren los efectos de la crisis. Menos trabajo y menos beneficios.
Son casi las doce de la noche del martes, y Nicole, como sus compañeras de gremio, lleva desde las cinco de la tarde en la carretera. Es un mal día: hay fútbol en la televisión. Quizás por ello, o porque hace frío, o porque estamos a final de mes, o, simplemente, porque no hay dinero, ni para esto ni para nada, la jornada ha sido amarga. Solo uno o dos coches por cabeza. Alguna, ni eso. Pese a lo magro del día, o seguramente por ello, la mayoría están dispuestas a aguantar hasta las dos o las tres de la madrugada.
También las tarifas han caído en picado. Ahora están en 15 o 20 euros, según el tipo de servicio. Algunas mujeres cobran incluso menos. La escasez de clientes obliga a veces a estrategias de competencia no siempre leales. Antes, ninguna mujer lo hacía por menos de 25 o 30 euros. «Los clientes piden más por menos», reconoce Fulga, una de las más veteranas. Lleva diez años en Valladolid. Ella trabaja en la parte alta de la carretera, que suele ser el lugar donde se concentran las que llevan más tiempo en esto, que son también las de clientela más estable.
Todas es una conciencia plena de la importancia de usar condón. Fulga lo tiene clarísimo: «Yo no hago nada sin goma. No tiene sentido que por 20 euros te cojas algo que te arruine toda la vida», asegura. Lo mismo opinaban todas las mujeres con las que El Norte tuvo ocasión de hablar. Seguramente este sea uno de los efectos más visibles del trabajo callado que desarrolla ACLAD. Todos los martes, la asociación reparte en su sede de la calle Puente de la Reina preservativos a las mujeres que acuden a por ellos. Pero, además, una vez al mes, se acercan con su furgoneta a la carretera de Renedo y se los llevan en mano. De paso, aprovechan para compartir con ellas un café y unas magdalenas. Y, lo que es más importante, un rato de conversación y de confidencias.
Prevención del sida
Manolo Martín, trabajador social de ACLAD, es el artífice de este programa. O más bien habría que decir, de esta actividad, porque el programa, como tal, ya no existe. «La Dirección General de la Mujer eliminó hace dos años la subvención que financiaba el programa LUA», explica. «Pese a todo, tratamos de mantenerlo como buenamente podemos». Así, los recursos del servicio de prevención del sida, que sí cuenta con financiación pública, se utilizan para atender a estas mujeres, y periódicamente se las somete a exploraciones y citologías. No es algo baladí. La mayoría carecen de tarjeta sanitaria. Hay que recordar que el suyo es un trabajo alegal, que no tiene ningún tipo de reconocimiento administrativo, que no cotiza a la Seguridad Social y que, por tanto, no genera ningún derecho. También en esto es un trabajo a la intemperie.
Estamos en la segunda parada de la noche, en la esquina de la carretera de Renedo situada justo enfrente del apeadero de Renfe. La furgoneta de ACLAD ha abierto sus puertas y cuatro mujeres, heladas de frío, se han refugiado dentro. A primera vista, un observador despistado podría pensar que se trata de un grupo de chicas dispuestas a prolongar una noche de juerga. Bromean, parlotean, ríen. Nada, salvo el lugar, y, si acaso, su indumentaria, ayuda a identificar la naturaleza de su trabajo.
Toman el pelo a Manolo y a Rocío, la voluntaria que le acompaña. Da la sensación de que no tienen muchas posibilidades de tratar con gente que esté dispuesta a echarles una mano, sin más. Sin condiciones. Sin juicios.
Esa confianza nunca traicionada es la que permite tener un cierto conocimiento de un universo de naturaleza opaca. Manolo elabora fichas sanitarias, les hace preguntas, les pide datos. Y ellas le cuentan. A veces también el día a día de su oculto oficio. Es el único modo de saber. Para ellas es el modo de abandonar un rato los rincones oscuros. Solo hay algo peor que estar en la sombra: que nadie sepa que existes, ni quién eres.
Lidia lleva seis años en Valladolid, y cuenta animadamente que ha perdido 13 kilos de peso. La imagen es importante en este oficio, y ella narra su gesta con orgullosa coquetería. Manolo le reprocha que eso es porque come muy mal, sólo una vez al día, y a ella no le gusta oírlo. Nicole tercia en la charla y dice que ella también ha bajado 5 kilos «y sin dieta ni nada».
Una joven nigeriana se acerca a la furgoneta en busca de un café y condones. Saluda, pero enseguida vuelve a la carretera. Nigerianas y rumanas forman dos mundos. Apenas conviven. Otras dos nigerianas ni siguieran se acercan al vehículo. Y eso que están de pie, ahí al lado, a menos de veinte metros, esperando ese cliente que no termina de llegar.
Un coche se acerca a la furgoneta. Del vehículo se baja María, otra joven rumana, morena y animosa. Viene de prestar un servicio a uno de sus clientes habituales. Todas sus amigas saben que es un hombre casado y con familia. El varón se acerca con familiaridad a saludar a las mujeres. E incluso aceptar ir con María a una hamburguesería próxima en busca de algo para cenar, que la noche va a ser larga. Casi sin poder evitarlo, al cronista le vienen a la cabeza insospechadas imágenes de ‘Irma la dulce’.

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